PALABRAS A MIS LECTORES

ALGÚN PAJARILLO ME HA CONTADO QUE EN ESTE IR Y VENIR POR EL UNIVERSO INFINITO ENTRAMOS Y SALIMOS (SIN DARNOS CUENTA DE ELLO) POR LOS POROS DE LAS SENSACIONES.

EN TAL CASO, PIDO QUE LA SATISFACCIÓN DE GOZAR LO QUE SENTIMOS NO NOS ABANDONE NUNCA Y NOS LLEVE A TOCAR UNA ESTRELLA: LA NUESTRA.




miércoles, 12 de septiembre de 2012

¿Estamos en viaje de retorno?



Por Astarté.
León, España.

Tengo una pariente (una querida tía-abuela, para ser más precisa), que en el próximo mes de octubre cumplirá la feliz edad de 106 años. Ella es una persona excepcional, extraordinariamente de vanguardia. Hace algún tiempo, en una de nuestras largas y especiales conversaciones telefónicas, me contó que sus amigos jóvenes le hablaban muchísimo de internet y de todo lo que podían realizar en este medio. Y que a su edad, claro estaba, no podía comprender muy bien esta “modernidad”; que su ceguera total no le permitía, ni siquiera, poder ver un ordenador... Pero que, después de todo, había llegado a la conclusión (al menos) de que se trataba de una realidad impalpable, intangible, virtual... Luego, cambiamos de tema. Y nos pusimos a hablar de la fuerza del espíritu y del pasaje de las almas, una vez abandonado el cuerpo, a otra dimensión. “Yo estoy ya en viaje de retorno”, dice siempre mi querida tía-abuela, por creer que ya ha llegado a su límite de existencia real y que ahora está buscando el punto a través del cual, un día, transitará (como en un cono inverso) hacia su otra dimensión.
No se hicieron predicciones específicas de cuándo iniciaría el fin de la era sensorial para dar comienzo a aquella virtual. Ni siquiera el famoso Nostra Damus (créase en él o no como “profeta”)  las hizo, al menos, eso resulta de las tantas interpretaciones hechas al lenguaje críptico de sus versos en Las porfecías. Leyendo un interesante artículo, El concepto de identidad y el mundo virtual. El yo online, de Beatriz Muros[1], me di cuenta de que las disyuntivas de Rusmo (personaje imaginario que prueba a darle sentido a su identidad virtual en modo lógico) son las mismas del ser humano cibernético que somos, en todo el planeta, desde el día en el que nos echamos a andar en el sistema del Global Brain. En fin, ¿al nacer el Cibionte hemos muerto, sí o no?... ¿Estamos evolucionando “globalmente” y ya no “individualmente”, sí o no?... ¿Podemos definirnos todavía Homo Sapiens? ¿O nuestro sistema psicofísico, globalizado por demás, se ha transformado en “otra cosa” de la que creemos conocer?... 
Continuemos por algunos instantes reflexionando sobre definiciones ya establecidas en los libros de las ciencias y de la filosofía. El concepto de Noosfera, por ejemplo, nos indica que, si bien no hubo predicciones exactas sobre la expansión de nuestra identidad virtual, hubo ideas precisas con respecto a la continuidad evolutivo-pensante del planeta Tierra. Vladimir Ivanovich Vernadsky (1863-1945) fue el primero en definir este concepto, describiendo la Noosfera como la tercera fase, sucesiva a la secuencia Geosfera (fase geográfica inanimada en la evolución) – Biosfera (fase del mundo biológico-pensante). Según el científico ruso, la Noosfera nació cuando el género humano inició su “aventura nuclear”. Entre paréntesis, Vernadsky murió en el mes de enero; no vivió lo suficiente como para ver firmar el acta de rendición incondicional de las tropas alemanas (el 8 de mayo de 1945), ni tampoco para ver el lanzamiento de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, en agosto del mismo año (hecho que pondría, definitivamente, fin a la guerra). No vio, por tanto, la transformación de su llamada Noosfera en cataclismo. Pero el concepto de Noosfera fue también definido por otro grande pensador, Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955), en este caso, anticipándose muchísimo a la actual definición de mundo virtual. Según el teólogo francés, la Noosfera era el resultado de la evolución del pensamiento humano (Noogénesis), y era una esfera virtual, en la cual confluirían, además, todas las inteligencias humanas en su previo tránsito hacia un punto espiritual único (el Punto Omega). Claro, ni la física, ni la teología de la primera mitad del Siglo XX podrían haber imaginado nuestro actual tránsito a una nueva fase de la evolución: la fase de la absoluta soledad informatizada, pero siempre soledad.
En el ensayo de Beatriz Muros, Rusmo (personaje imaginario) intenta frenar la perplejidad que siente ante su incapacidad de auto-reconocerse en la red; estableciendo una especie de paralelo entre la  existencia real y la virtual en el mundo contemporáneo. Claro, sucede que el comportamiento que tenemos en la red es totalmente diferente de aquél de la realidad sensorial. No obstante, también en el mundo virtual creamos hábitos y rutinas (el ser humano se muestra aún como animal rutinario)... Hay también “normas” de lo que debemos o no debemos hacer, de acuerdo con lo que los demás esperan o no que hagamos... Hay una realidad, en fin, tan “social” como la que existe offline. ¿Perder la identidad social y humana? No es ése, por tanto, el problema que me preocupa.
 Vamos a pensar en modo diferente. Vamos a suponer que, online, a fin de cuentas, nuestra identidad no se pierde y que sólo se transforma. Mi terror es otro, éste que existe cuando noto que la mayor parte de mi vida está ligada a esa dimensión virtual que me aparta de mis sentidos. Cuando siento, por ejemplo, que mis amigos, en Facebook, beben cada día junto a mí enteras tazas de café y chocolate sin beberlas; ríen y lloran bajo los mismos efectos (emotivos) de imágenes, canciones, vídeos, organizando encuentros (no reales), casi abrazándonos, mirándonos de frente sin mirarnos... Y es cuando me pregunto qué ha sido de mi yo real... del yo real de mis amigos... del yo real de los lectores de mi blog. ¿Estamos todavía aquí, sobre la Tierra? ¿O habremos ya transmigrado? No lo sé. Y creo que cualquier explicación basada en las ventajas de la tecnología no sería respuesta suficiente. Claro, que mirando a nuestros hijos y nietos, veo a un Cibionte ya totalmente formado, sin prejuicios, sin temores ante el ciberespacio. Y entonces, me doy cuenta de que a nuestra extraordinaria generación, en tantos modos definida, le ha tocado el verdadero tránsito a través del cono espacio-temporal que se invierte hacia otra dimensión. Pues hemos nacido jugando con plastilina y soldaditos de plomo; hemos vivido tocando con nuestros dedos las fotografías y los libros que leemos; hemos aprendido a besar y a hacer el amor sensorialmente. Hemos, en fin, vivido en la dimensión real (que no es ya la de nuestros hijos y nietos) y nos hemos catapulteado, sin saber cómo, hacia las virtudes del virtualismo. Hablemos entonces de transmigración. Porque ya no estamos aquí, como estuvimos cuarenta años atrás. Mi querida tía-abuela tiene toda la razón, pues mira el mundo con una sabiduría centenaria: ESTAMOS EN VIAJE DE RETORNO.

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