PALABRAS A MIS LECTORES

ALGÚN PAJARILLO ME HA CONTADO QUE EN ESTE IR Y VENIR POR EL UNIVERSO INFINITO ENTRAMOS Y SALIMOS (SIN DARNOS CUENTA DE ELLO) POR LOS POROS DE LAS SENSACIONES.

EN TAL CASO, PIDO QUE LA SATISFACCIÓN DE GOZAR LO QUE SENTIMOS NO NOS ABANDONE NUNCA Y NOS LLEVE A TOCAR UNA ESTRELLA: LA NUESTRA.




martes, 16 de octubre de 2012

Letanía de amor para los amantes.




Por Astarté.
León, España.

Y es que había tanto sol que le ardían los ojos. Su piel, completamente quemada,  desprendía el aroma que el campo guarda, secularmente, en absoluto secreto. Y arrastrando los llagados talones llegó al punto de partida: su corazón. Que no era un órgano. Que no era, tampoco, la metáfora recocida por desabridos románticos. Era, simplemente, un corazón especial: el suyo. Y cuando no pudo seguir a pie por el sendero; cuando sus talones habían dejado de existir, se montó en un corcel. Y a pleno galope, se abrió camino entre la maleza del monte. El olor a hierba era indescriptible. Perfume vaginal, tierra y río mezclados en el barro... Hierba verde, árboles, sinsontes le dieron permiso para entrar al sitio sacro. Entró cabalgando. Y a mitad del camino rompió la montura para continuar su rumbo apresurando el paso. El tiempo de llegar a la meta era demasiado breve. Y cuando llegó, se sentó mirando al cielo, respirando el aire de la tarde que olía a olmo reverdecido en primavera. Y supo entonces que se había bebido el propio corazón. El sabor dulce de la sangre le llenó el paladar. Y tuvo, por supuesto, miedo de morir. Pero no murió. Y una tarde de abril, cuando no contaba ya con las fuerzas de su cuerpo, se abrió el pecho y sacó aquel antiguo rosario. Lo llevaba siempre, pero para usarlo, solamente, en casos de vida o muerte. Valga decir, por cierto, que aquella era una mujer que no creía ya, ni siquiera, en los milagros. Sin embargo, repitió la vieja letanía, como quien reitera alguna condición errante: Dios te salve María, llena eres de Gracia... Y la catedral se iluminó de eternidad: Porque él estaba allí, en su cama, abrazado a su cintura. Desnudo y despojado de cualquier veneno: Amor mío eres hoy, maňana y siempre... Y bendita eres entre todas las mujeres. Dulces sueňos. Ahora y en la hora de nuestra vida y nuestra muerte. Amén.

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