PALABRAS A MIS LECTORES

ALGÚN PAJARILLO ME HA CONTADO QUE EN ESTE IR Y VENIR POR EL UNIVERSO INFINITO ENTRAMOS Y SALIMOS (SIN DARNOS CUENTA DE ELLO) POR LOS POROS DE LAS SENSACIONES.

EN TAL CASO, PIDO QUE LA SATISFACCIÓN DE GOZAR LO QUE SENTIMOS NO NOS ABANDONE NUNCA Y NOS LLEVE A TOCAR UNA ESTRELLA: LA NUESTRA.




viernes, 14 de diciembre de 2012

Una ciudad: el vacío en el espacio del tiempo.





 Por Astarté.
León, España.


Diciembre de 2011. Entre luces y sombras, como enjambre de plasticidad, la bella Budapest giraba en la plenitud de sus espacios vacíos, esos que no dan prisa a los ojos del caminante. Sin querer, descubrí sitios de transeúntes, al parecer, llenos de vida pero calcificados, en fin... Y todo ello hizo que naciese en mí la necesidad de reproducir mis impresiones más chocantes, por eso del revivir lo extraño que no llegamos a alcanzar jamás sensorialmente. Quiero describir, entonces, una ciudad raramente húmeda, con calles medio vacías en días de fiesta y la soledad de dimensiones otrora espléndidas, pero hoy cargadas del taedium de agresivos visitantes que nada piden, porque nada quieren. Quiero decir que vi jóvenes sedientos de conquistas (esas no alternativas a la realidad del consumo), perdidos en una cierta obsesión por saltar el límite de lo posible. Y ancianos repletos de la nostalgia del viejo sistema, aquel que daba un fardo de harina a cambio de principios escasos de ambiciones. 
 
En fin, quiero decir que vi gente, no sólo turistas. Los turistas pertenecemos a otra categoría que nos aparta de la complejidad vital de las ciudades que visitamos. Quiero decir que vi, además, un caudaloso río, artificialmente iluminado de noche, brumoso en sus días hasta decir no más. Y que vi el paso del tiempo en la inmensidad de una iglesia, la más visible desde Buda hasta donde llega la vista del observador, hoy dedicada a conciertos. Pero, sobre todo, vi el halo del pasar del tiempo, desde un ya lejano 1990 hasta el sol de hoy. Y me pregunto qué ha sido del alma de Budapest, de sus pulsaciones más elementales, aquellas que hacían vibrar la opulenta ciudad de las dos orillas cuando predominaba el aire de los cambios políticos. Aquella que vi y que ahora no encuentro porque el tiempo pasa y nada deja del ayer, a no ser recuerdos. Yo, que vengo de todas partes, que siendo hormiga llevo mi carga a cuestas para no perecer, rindo  tributo al vacío de mis propios espejismos, resumidos, tal vez, en una búsqueda estética personalizada, no del todo definida. Y os dejo estas fotografías, que algo dicen por sí mismas de una ciudad de contrastes: Budapest, entre oquedades y multitud de visitantes; estos siempre regresan a sus casas con souvenirs y percepciones varias. La bella y enigmática Budapest, una ciudad que no sabe a dónde va. Ir y venir por espacios de bruma y vacío: buena razón de ser.  Al final, todas las ciudades se parecen.





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