PALABRAS A MIS LECTORES

ALGÚN PAJARILLO ME HA CONTADO QUE EN ESTE IR Y VENIR POR EL UNIVERSO INFINITO ENTRAMOS Y SALIMOS (SIN DARNOS CUENTA DE ELLO) POR LOS POROS DE LAS SENSACIONES.

EN TAL CASO, PIDO QUE LA SATISFACCIÓN DE GOZAR LO QUE SENTIMOS NO NOS ABANDONE NUNCA Y NOS LLEVE A TOCAR UNA ESTRELLA: LA NUESTRA.




martes, 22 de enero de 2013

DESDE MI JARDÍN.


Mariano Fortuny (1838-1874): Jardín de la casa de Fortuny (detalle)

Por Astarté.
León, España.


Desde mi jardín veo mi casa. Todos vemos nuestra casa desde el propio jardín, aunque pudierais decirme: ..."Es que yo no tengo jardín... Es que yo no tengo casa..." Sin embargo, algún pajarillo (de esos que revolotean por los árboles) me ha cantado al oído: casa y jardín, eso somos.

Y desde el jardín observamos nuestra casa. En medio de la luz radiante y al aire libre asomamos nuestro cuerpo para buscarnos por dentro. Sucede que, a veces, nuestra casa está a oscuras o en penumbras y no podemos distinguir con claridad lo que en ella ocurre. Y es cuando vemos no más que sombras, siluetas merodeando por oquedades repletas de silencio. Y tememos a lo que no podemos ver. Presos por el pánico, abandonamos de inmediato la ventana abierta y escapamos, nuevamente, al jardín. Otras veces, la luz del sol llega a ser tan fuerte que nos impide distinguir el interior. Llegamos entonces a saber que casa y caverna son una y la misma cosa. Eso es ya bastante.

Puede que, en determinados momentos, nuestra casa nos parezca estar en ruinas. En otros, al contrario, nos parecerá un palacio con habitaciones diferentes unas de otras, con puertas que se abren y se cierran para permitirnos pasar de un ambiente a otro distinto al anterior. Y algo de ello indicará que hemos entrado.

Pero, ¿dónde está nuestra casa y dónde nuestro jardín? Esencia y apariencia... Tal vez sea mucho más que eso. Por ejemplo, mi jardín es verde, pues así lo quiero: VERDE. Y tiene una fuente con peces de colores. A veces nieva, pero sólo a veces. Y el cielo que le sirve de techo es azul. Sin nubes que oculten el tránsito impetuoso de la luz del sol a través del espacio físico visible. Mi casa, sin embargo, es regularmente en planta baja, llena de ventanas de cristal transparente. Así la quiero. Las habitaciones son contiguas aunque tienen fronteras. No excluyo, claro está, la posibilidad de escalones que me lleven hacia habitaciones altas. Pero desde mi jardín (siempre verde, con cielo azul y fuente con peces de colores) la escalera no se ve muy bien. Tengo que acercarme a la ventana. Y la luz del sol, invasora, llega a impedir que le encuentre. Obvio entonces tal percance, e imagino que mi casa puede ser, únicamente, en planta baja. La comodidad me ingiere. 
 


¿Qué sucedería si mi jardín estuviera en penumbras? Probablemente, desde mi jardín podría distinguir mejor mi casa. Me resultaría mucho más fácil observar cada detalle, cada ángulo. Y, claro está, careciendo de destellos de luz que obnubilen mi vista, encontrar la escalera sería casi un juego de niños. Las siluetas que desde la luz veía merodeando las habitaciones, escaparían ante mi presencia. No me quedarían, pues, alternativas al conocimiento desde la oscuridad. ¡Qué divina danza de contrastes! Desde mi jardín puedo hacerlo: descubrirme sin ser descubierta.

  ¿Qué pasaría entonces si desde mi casa observara mi jardín? Verde o con nieve, con el cielo azul o gris, sin fuente de peces de colores o con ella éste sería siempre mi jardín. Que sería lo mismo que decir: el sitio donde recrear soledad, beneplácito o tiempo de silencio. Sendas abiertas al paso. Tierra mojada, quizás... Olor a camino. Espacio a las alas de volar. O, tal vez, mucho más que eso: Simplemente, yo por fuera. Yo  donde otros también  pueden verme, casa de otros que me observan. Yo, casa abierta o cerrada. Oscura o luminosa. Yo, casa de mí misma y de mi alteridad. desde mi jardín.

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