PALABRAS A MIS LECTORES

ALGÚN PAJARILLO ME HA CONTADO QUE EN ESTE IR Y VENIR POR EL UNIVERSO INFINITO ENTRAMOS Y SALIMOS (SIN DARNOS CUENTA DE ELLO) POR LOS POROS DE LAS SENSACIONES.

EN TAL CASO, PIDO QUE LA SATISFACCIÓN DE GOZAR LO QUE SENTIMOS NO NOS ABANDONE NUNCA Y NOS LLEVE A TOCAR UNA ESTRELLA: LA NUESTRA.




domingo, 13 de enero de 2013

Filosofando: el “poderoso” lenguaje de las prendas.




Por Astarté.
León, España.


Mirándome al espejo acabo de “descubrir” que llevo prendas en casi todo el cuerpo. Habría tenido pocos días de vida cuando me perforaron los lóbulos de las orejas para engancharme mis primeros pendientes. Y los pendientes fueron el inicio de mi intimidad con otros elementos que, poco a poco y “gracias” a la herencia cultural (adquirida y luego transmitida) devinieron “imprescindibles” para el porte y el aspecto de una criatura que abría sus ojos al mundo (importante saber en cuál de los mundos abrimos los ojos): cadenitas de oro o de plata, alfileres con azabaches u otras piedras que sirven para proteger contra “mal de ojo” o “mala suerte”, medallas con inscripciones (por ejemplo, con las iniciales del nombre), símbolos religiosos o afectivos grabados en los dijes, etc. comenzaron a participar en la elaboración de “la marca” del individuo que apenas nacía, sin que éste pudiese controlar este proceso de “etiquetaje personal” predefinido.

Independientemente de sexo, época o cultura, la mayoría de los seres humanos nacidos en nuestro planeta viene sometida, desde edades tempranas, al poderoso “lenguaje de las prendas”. ¿Gusto estético?, ¿arte?, ¿dogma?, ¿sentido de poder social o de potencia? Todo eso, claro está. Creo, sin embargo, que nuestra adicción a usar prendas como don (entre humano y divino) forma parte, de antemano, de un programa de control en el que nuestro ego juega el rol de “víctima” imprescindible.

Si ahondamos un poco en el asunto de “lo que nos dicen” las prendas que usamos nos llevaríamos, probablemente, la sorpresa de conocer lo propensos que somos a “encanalarnos” y a “clasificarnos” en especies, categorías y series a partir de parámetros prefijados. En una sociedad como la occidental, por ejemplo, resultaría del todo “raro” que a un varoncito recién-nacido se le perforara los lóbulos para ponerle pendientes, aunque se sepa que usar pendientes es para él una posibilidad que cabe del todo en su vida personal futura. De igual modo, las alianzas de esponsales no irían jamás al dedo de un bebé, no obstante quepa la posibilidad de que esta personita llegue, un buen día, a casarse delante de un altar con todas las de la ley.

Me abstraigo ahora de todo lo escrito anteriormente para mirarme, una vez más, a este espejo que llevo conmigo. Entonces, al ver mis joyas, me siento poseer todo lo que a veces me puede llegar a faltar: seguridad, coraje, belleza, posición social, sentido de poder... Y es que, en general, estamos convencidos de que nuestro cuello puede ser bello y sensual, pero de que, con un collar, lo sería aún mucho más. Así mismo, cambiamos nuestra imagen, midiendo la necesidad de llevarnos puesto esto o aquello según la ocasión. En todo caso, la “importancia” de la prenda en uso deberá corresponder a la importancia del acontecimiento. Hablo, por supuesto, también de las prendas de vestir y de calzar, así como de cualquier accesorio que agreguemos a la visión que tenemos de nosotros mismos: a falta de dominio sobre el prójimo, en ciertas ocasiones, la prepotencia que tendemos a ejercer sobre Madre-Natura tiene que ver con la asimilación corporal de objetos naturales. La “civilización” se vuelve, en tal caso, diametralmente opuesta a la naturaleza: más “natural” es la prenda que poseemos, más legítimo será el poder que ejercemos sobre ella. Pieles de visón o armiño; pulseras de diamantes; bolsos de cocodrilo, estatuas de marfil... La naturaleza “plegada” y agregada, como objeto, a la más personalizada proyección social de nuestro ser, fiel demostración de autoridad, equivocada sensación de llegar a ser físicamente eternos. Claro que, a pesar de pensar en todo ello, no renunciaré a mis prendas. ¿Cinismo?

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