PALABRAS A MIS LECTORES

ALGÚN PAJARILLO ME HA CONTADO QUE EN ESTE IR Y VENIR POR EL UNIVERSO INFINITO ENTRAMOS Y SALIMOS (SIN DARNOS CUENTA DE ELLO) POR LOS POROS DE LAS SENSACIONES.

EN TAL CASO, PIDO QUE LA SATISFACCIÓN DE GOZAR LO QUE SENTIMOS NO NOS ABANDONE NUNCA Y NOS LLEVE A TOCAR UNA ESTRELLA: LA NUESTRA.




miércoles, 13 de febrero de 2013

FILOSOFANDO: EL ARTE DEL SILENCIO.





Por Astarté.
León, España.


Un pájaro no canta porque tenga una respuesta.
Canta porque tiene una canción.
(Proverbio chino)



Hojeando páginas de frases célebres descubrí algunas relacionadas con el arte de callar: Es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus palabras (William Shakespeare); Hay pocas cosas tan ensordecedoras como el silencio (Mario Benedetti); Silencio es hablar calladamente con su propio dolor, y sujetarlo hasta que se convierta en vuelo, en plegaria o en canto (Alberto Masferrer)... Y bien, me quedo con esto último: sujetar el silencio hasta que se convierta en plegaria o en canto.

Difícil es salir de nosotros mismos para vernos cuando más estamos dentro, sobre todo, en esos momentos de sobrecarga emocional que, a menudo, nos invaden como tempestades. Como si se tratase de una amalgama de plancton a saltar sobre el nivel de lo biológico para llegar a tocar el fondo de nuestro océano vital, las fuertes emociones nos conducen a lanzar la palabra, sin detectar el puñal que éstas son a nuestra espalda. Y nada de metáforas. Advierto que he sentido llegar esa descarga de alta marea. Hoy, por ejemplo, malgasté palabras; desacertada opción ante cierto estado que escapaba, a todas vistas (exceptuando la mía), al control de la mente. Usé frases de juicio, divagué en mis respuestas. Y es que hablaba conmigo misma sin verme, hasta llegar a quedar parapetada en mi retórica inexacta. Luego, en perfecta armonía con el poder de mi ego, di de bruces en el diálogo. Y podría haber convertido mi extravagante don de palabrear en discurso, o en charla, o en no sé bien qué más. Abrí, para colmo, mi agenda de anotaciones especiales. Y escribí en ella palabras usadas en tono agresivo como sables para combatir a ciegas. Y quise mirarme, pero no me vi. Mi alma continuaba oculta en las palabras. ¿Es todo esto una confesión de culpabilidad o algo por el estilo? ¡Nada de eso! La culpa, como palabra, es también otra de las categorías verbales usadas  por jueces que no se ven a sí mismos.

¿Y si callo?, me pregunté. ¿Acaso el silencio llega donde no puede hacerlo la palabra? ¿Qué hacer, pues, con este derroche de plancton emocional? Y recordé, entonces, el canto de los pájaros. Que no dicen, que no hablan, que no dan respuestas y no hacen preguntas. Cantan por el simple hecho de tener una canción.



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