PALABRAS A MIS LECTORES

ALGÚN PAJARILLO ME HA CONTADO QUE EN ESTE IR Y VENIR POR EL UNIVERSO INFINITO ENTRAMOS Y SALIMOS (SIN DARNOS CUENTA DE ELLO) POR LOS POROS DE LAS SENSACIONES.

EN TAL CASO, PIDO QUE LA SATISFACCIÓN DE GOZAR LO QUE SENTIMOS NO NOS ABANDONE NUNCA Y NOS LLEVE A TOCAR UNA ESTRELLA: LA NUESTRA.




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jueves, 6 de diciembre de 2012

ALMAS EN PENA.



Por Astarté.
León, España.

Cuántas veces pasan y siguen en su danza. Giran, se deslizan, hacen piruetas. Y si no se detienen será, tal vez, por temor a no contarnos qué hay en los espacios donde moran. Insisten, sin embargo, en cohabitar con nuestro espíritu entre un viaje y otro, en el universo prolongado hacia adelante. Nos esperan en los sueños, cuando las pupilas yacen bajo cierta lámina de azogue y estamos cansados de tanta vigilia. Y en ese trance no les hacemos preguntas (o mejor dicho, no demasiadas, rectifico...). Llegan, permanecen, nos tocan en el hombro, palpan las membranas de nuestro territorio privado. Refieren la angustia que mina los ocasos paralelos al mundo en que vivimos. Corren y escapan atravesando puertas. Nos tutean, nos sonsacan. Juegan a amedrentarnos en medio de la soledad, lo mismo en banquetes suntuosos que en vacuos salones. Bajan escaleras. Suben al trastero. Atraviesan la maleza de un bosque. Se alimentan en sótanos. Se parapetan tras las cortinas. Y casi siempre descansan cuando somos más sobrios y despiertan cuando estamos más ebrios. Nos recuerdan que hay alternativas para la memoria y barrancos en la frontera de la racionalidad. Fieles testigos de otras vidas. Les tememos o les odiamos por no querer decirnos bien sus nombres y apellidos. En raras ocasiones les perseguimos. Y si no llegamos a atraparles del todo es porque, para lograrlo, nos falta el coraje y nos sobra el ego. Algunas de ellas, las más violentas e inconformes, nos ponen zancadillas y nos hacen caer de bruces a los pies de nuestra propia infancia. Atormentan, torturan, gozan de placer al sodomizar nuestro orgullo hasta la saciedad. Y ríen al final de la escena. Nos invitan a quedarnos solos en espacios lúgubres. Muchas nos deleitan  al tocar divinas melodías con el arpa, el violín o el piano. Otras, dibujan su perfil en las paredes o en las losas del suelo. Con frecuencia, se reflejan en los mismos espejos junto a nuestras siluetas, para confundirse con la perplejidad que emanamos. Alumbran el poder de esa fantasía diluida en el cotidiano y rancio empecinamiento del querer saberlo todo. Apagan nuestras velas, soplando fuertes vendavales. Acarician nuestra libido y encienden el morbo del apetito que nos fulmina. Nos lanzan hacia el verde jardín de la noche a través de ventanas abiertas. Cierran pabellones con sus brazos, nos invitan a morir. Las más comprensivas nos envían mensajes de ánimo ante las inevitables derrotas humanas. Otras, nos envidian o nos celan, quizás por haberles usurpado el territorio, el amor o la vida entera. Les llevamos por dentro; nos asechan por fuera. Y lo peor del caso es que formamos parte de sus tristes existencias. Lo mejor es no invocarles, digo, pues podríamos disturbar sus proyectos inmediatos. En todo caso, más nos valdría aceptar que son eso que no son, pues no cargan ni con culpas ni con méritos. No son ya responsables de sí mismas, mucho menos del vestido que llevamos puesto. No usan nuestras armas, sino otras mucho más perfectas. Desean amar, pero no encuentran la forma de hacerlo. Entonces, pueden llegar a transmitir el delirio de la ira que a veces nos ciega. En fin, estemos atentos ante la alucinación que provocan sus potentes señales. Es que la vida, desde este lado del sendero, no les ha sido benévola y tienen, a falta de amor, sed de sarcasmo. Y aunque arden en ganas de cruzar el puente no pueden hacerlo, pues temen quedar atrapadas por las aguas. Por lo demás, prudencia. Que somos aquellos que aún, bien o mal, pescamos a la luz de un candil muy breve. Y el anzuelo que usamos es corto. Y nuestros pies, descalzos. Y nuestra barca, sin velas y sin remos. Y en la danza de las mariposas en torno al fuego cabe, por qué no, la terrible posibilidad de quemar nuestras alas todavía sin saberlo.

jueves, 18 de octubre de 2012

El alma por fuera...





Por Astarté.
León, España.

Dándole un lugar al sueño y otro a las patologías de la mente, pruebo a jurar que a los llamados “soñadores” (por no decir “de-mentes”) toca la peor parte en el diagnóstico que cualquier galeno especializado en materia de psicosis pueda hacer. No tenemos más que entrar a una celda de manicomio para descubrirlos, allí, atados por cuerdas de cuero y conectados a esos cables eléctricos; estremecidos por shocks con funciones terapéuticas. Pupilos del buen gusto, atletas de la sensibilidad artística, viejos amantes de la sabiduría... Todos en la misma sala, sin hacer excepciones. Sus características generales coinciden en el poseer una tendencia al vuelo y a la fragilidad racional. Algunos, claro está, pueden aparentar ser fríos y calculadores. Pero esto es sólo apariencia. En realidad, los grandes matemáticos inscritos en el elenco de “soñadores” han sido, históricamente, menospreciados. Por supuesto, tal menosprecio llega casi siempre por parte de aquellos que, ignorando los enigmas del número definido como argé, no logran reconocer el vínculo existente entre las siete cuerdas de la lira tocada por Apolo y los siete sellos del Libro del Apocalipsis. ¡Incrédulos!...



 Pero,en fin, hablemos de esta celda de músicos, de poetas y de locos. De filósofos inspirados en el devenir. De pescadores que van al río con redes agujereadas a pescar truchas. Rindamos honor a este cuarto de almas truculentas, abandonadas al patrocinio del espasmo, donde habitan también los inútiles hijos de la metáfora, aprendices del fracaso. En un sentido pictórico, se trata de un cuadro patético, en el cual predominan amasijos de rostros con horribles muecas; rueda de baile de torsos deformes. Desde una ventana exterior se asoman siluetas que no han sido terminadas por la mano del artista. Nadie conoce a ciencia cierta si se trata de almas perdidas en el limbo; extraños personajes que quedaron fuera del drama, quizás por falta de coraje para actuar. Una vez al mes llegan algunos visitantes extranjeros. Son aquellos que se acuerdan de que tienen parientes soñadores y vienen a verlos; tal vez, por eso del por si acaso. Y es que nunca se sabe si un día caemos en profundo letargo y de ahí no despertamos. Pero lo más interesante de todo es que esta sala está permanentemente abierta al público. La entrada es gratis y se rifan papeletas para participar en la obra sin límites de edad, ni diferencias de sexo. Claro que para tomar asiento en platea hay una condición, al menos una: tener el alma por fuera y el cuerpo por dentro. El alma por fuera, como camisa de juglar, como pincelada de luz al centro de la noche.