PALABRAS A MIS LECTORES

ALGÚN PAJARILLO ME HA CONTADO QUE EN ESTE IR Y VENIR POR EL UNIVERSO INFINITO ENTRAMOS Y SALIMOS (SIN DARNOS CUENTA DE ELLO) POR LOS POROS DE LAS SENSACIONES.

EN TAL CASO, PIDO QUE LA SATISFACCIÓN DE GOZAR LO QUE SENTIMOS NO NOS ABANDONE NUNCA Y NOS LLEVE A TOCAR UNA ESTRELLA: LA NUESTRA.




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jueves, 23 de octubre de 2014

La fábula del hombre-sombra y el perro.



Por Astarté.
León, España.


El perro le seguía por todas partes. Era blanco y negro y gordo. Parecía un ternero y no un perro. Posiblemente, lo peor de tener al animal pisándole los talones día y noche era que, a pesar de ser un tipo invisible, tarde o temprano todos llegaban a enterarse de su ubicación en tiempo y espacio. No por él, hombrecito insignificante, ensombrecido por tanta soledad. Sino por la bestia. Y es que el animal no era, ni siquiera, suyo. Era uno de esos bastardos abandonados y, por fortuna, adoptados en el seno de la comunidad. Alimentado por varios vecinos (gracias a las almas de buen corazón que aún subsisten). Tenía, además, un rincón donde guarecerse, en el traspatio de una tienda abandonada del vecindario. Nada mal para un perro callejero, ¿no? En fin, que por alguna razón, el animal le seguía por todas partes. Y el hombre-sombra (digamos el protagonista de este breve relato) no usaba otro medio de transporte que no fuese aquél que sus propias piernas le proporcionaban. Iba y venía, caminando por todas partes, de un lado a otro de la ciudad. Cruzaba los espacios periféricos, llegaba al monte y regresaba. Siempre andando. En compañía de su fiel amigo.
Así, mientras más tiempo pasaban juntos, más advertía las cualidades extraordinarias del can; por ejemplo, la capacidad de observar y de guardar silencio. O bien, la aceptación emocional de ser y de estar aquí, en este mundo. O la virtud de agradecer el pan de cada día, precioso don espiritual que los hombres habían perdido ante el triunfo del consumismo. Y luego, con eso de los festivales y de las manifestaciones populares por doquier; con eso de las fiestas, ferias, mercadillos... marchas por esto y por lo otro... concentraciones... altavoces... gritos... Con todo eso, el afán por obviar la fuerza del silencio era impresionante. Y las ideas... ¡LAS IDEAS!... Las ideas de la ciudadanía estaban preñadas de un bullicio extraordinario. De una algarabía de jauría organizada. Rebaños de seres gritones pastoreados por líderes, cuyos  gritos, a su vez, saltaban desde lo alto de las tarimas para disiparse por todo el aire. Y mucha música estridente. Sí. Mucha música estridente, electrónica, impersonal. Y voces enredándose en el ir y venir de la muchedumbre por calles anegadas de tiendas. Y tiendas y más tiendas concentradas en espacios también estridentes, donde hay muchas luces artificiales y anuncios enlatados para vender y vender y vender... y vender. Y vender.
Por supuesto, tanto bullicio marginaba, cada vez más, al hombre-sombra y a su perro de la dimensión de los seres tangibles. Hasta que, un día, nuestro peculiar héroe del silencio se dio cuenta de haber fundado una especie de partido, en el cual él era el líder y el animal el único adepto. Y lo llamó “Partido de los insignificantes”. Pero nada fue peor que aquella idea de darle nombre al partido en el que él, germen ocasional de plazas solitarias, militaba desde hacía mucho tiempo.
Fue así que el hombre-sombra puso precio a su silencio. Y por ello, cuando los demás se enteraron de que el significado del silencio tenía buen precio, quisieron venderlo y comprarlo. Y nada. Sucedió lo de siempre. La prensa, la radio, la televisión y toda esa parafernalia comunicativa. Los periodistas a dar el famoso “palo” informativo y demás. Hombre y perro en primera plana, ganando la fama, experimentando el reto del bullicio. Perdiendo su propia esencia. Petrificándose hasta convertirse en monumento territorial. Y, como era de esperar, llegaron los políticos de tal y más cual vertiente. Y el “Partido de los insignificantes” quedó disuelto en carteles propagandísticos.

A partir de entonces, la ciudad perdió, definitivamente, su rostro más real.