PALABRAS A MIS LECTORES

ALGÚN PAJARILLO ME HA CONTADO QUE EN ESTE IR Y VENIR POR EL UNIVERSO INFINITO ENTRAMOS Y SALIMOS (SIN DARNOS CUENTA DE ELLO) POR LOS POROS DE LAS SENSACIONES.

EN TAL CASO, PIDO QUE LA SATISFACCIÓN DE GOZAR LO QUE SENTIMOS NO NOS ABANDONE NUNCA Y NOS LLEVE A TOCAR UNA ESTRELLA: LA NUESTRA.




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jueves, 8 de enero de 2015

Filosofando: Breves apuntes sobre la memoria.



Por Astarté.
León, España.


El derecho natural a la memoria es algo que debemos conquistar por nosotros mismos. Y digo memoria para referirme, no ya a los recuerdos que con frecuencia nos asaltan como saqueadores de camino. No. El derecho a conquistar nuestra más legítima memoria es una condición que apenas explotamos por no saber cómo.

Hace poco me remonté en un vuelo mental hacia aquel territorio de la niñez en el cual almacenaba cajas de juguetes, muchos de estos perdidos, otros regalados. Ya sabes, para muchos, al crecer una de las cuestiones más difíciles de resolver es ésa de qué hacer con los juguetes y a quién darlos... A quién que los sepa querer como los quisimos. Alguien aparece, por supuesto. Pero en esos instantes de nuestra vida, el egoísmo, amarrándonos a un poste de negaciones, nos aparta del camino hacia la memoria. Específicamente, de todos mis juguetes queridos, lamento no poder recordar dónde fue a terminar sus días aquella muñeca llamada Lidia. Mi apego material a ella estaba tan arraigado en el espíritu de la posesión que no me permitía dejarla irse hacia la luz. Pero no es esto lo más importante. Decía que hace poco me remonté, mentalmente, hacia un rincón de mi niñez repleto de cajas de juguetes. Era un armario empotrado en la pared de mi habitación. No sé por qué los armarios empotrados me atraían, sobre todo cuando pernoctaba en algún hotel junto a mis padres. Entonces, me encerraba en ellos a cal y canto. En el caso de la habitación de un hotel, llegaba a creer que aquel encierro voluntario era una salida hacia afuera, cuando tomando el ascensor (que en este caso era el armario) por mi cuenta decidía bajar al lobby del hotel sin ningún tipo de custodia familiar. Representaba, claro está, un juego, una especie de liberación, un viaje al mundo de los adultos. Pero luego, cuando volvía a casa y me encerraba en el armario de los juguetes, completamente a oscuras... voluntariamente a oscuras... Ahora que pienso en ello, era algo así como la búsqueda de mi memoria ancestral. Algo así como regresar al útero materno donde reina el silencio. Probablemente, para reencontrarme con un proyecto de vida, previamente establecido por mí misma antes de nacer. Lo que me impulsaba a hacerlo no lo sé, aunque hoy en día puedo imaginarlo. Sé, sin embargo, que a finales de este verano, en mi regreso al armario de los juguetes, volvieron a mí (o yo volví a ellas...) imágenes vivas: aquella ventana recibiendo el sol de la mañana, el muro bajo limitando nuestra casa con la del vecino, las ramas del árbol de mango cayendo del otro lado del estrecho patio exterior... Y pude verlo todo desde arriba. En vuelo. Para volver, una vez más, a la oscuridad de aquel armario que olía a humedad por dentro.


Y bien, ¿a qué se debe entonces toda esta remembranza actual? Tal vez, será que la conquista de la memoria es un acto atemporal. Y que ésta no se reduce a los recuerdos del ego enfurecido o enaltecido, despiadado o caritativo, buscador de fuertes emociones. No. Para conquistar la memoria, quizás, debemos desear el regreso a nuestros armarios oscuros, en los cuales reina el silencio y donde la luz es sombra. La sombra y el silencio que ayuden a no recordar simplemente, sino a entrar en el mundo del recuerdo.  Alguna fuerza personal, un elemento de nuestra energía nos propone regresar a la memoria. Lo más difícil es darnos cuenta de ello. Personalmente, deseo llegar a saber si me he dado cuenta de algo y si mi viaje retrospectivo a aquel lugar de la niñez no ha sido, solamente, otro de los juegos de la mente.