PALABRAS A MIS LECTORES

ALGÚN PAJARILLO ME HA CONTADO QUE EN ESTE IR Y VENIR POR EL UNIVERSO INFINITO ENTRAMOS Y SALIMOS (SIN DARNOS CUENTA DE ELLO) POR LOS POROS DE LAS SENSACIONES.

EN TAL CASO, PIDO QUE LA SATISFACCIÓN DE GOZAR LO QUE SENTIMOS NO NOS ABANDONE NUNCA Y NOS LLEVE A TOCAR UNA ESTRELLA: LA NUESTRA.




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sábado, 13 de mayo de 2017

DOMINGO (CON NOTA DE LA AUTORA).

Nota de la autora:

A veces, la fuerza demoledora de un domingo nos puede resultar patética. 
A veces, no apreciamos del todo la oportunidad que tenemos de ver salir el sol.
Esta es la historia de uno de esos domingos cualquiera, relatada por una mujer sin nombre. Para escribirla, he asumido la sensación de soledad que acompaña al despecho, convencida de que nuestro corazón no es, en absoluto, lo suficientemente fuerte para alojar todas y cada una de nuestras emociones.
Fue leída en Cuento Cuentos Contigo  (evento mensual de narrativa en la ciudad de León, España) con motivo de la celebración de su segundo aniversario.

 Rosa Marina González-Quevedo (Astarté).
 
Fotografía de Alejandro Nemonio Aller


Domingo.
Por Astarté.
León, España.

Esta mañana, el primero en recibir un tortazo fue el reloj. Le di un zumbón ¡tan fuerte! que fue a dar contra la pared ¡Mira que sonar un domingo...! ¡Y yo que creía haber desconectado la alarma!
Bueno, ya no me importa. Ahora está hecho trizas, así que, en adelante uso el móvil y problema resuelto.
Doy vueltas y vueltas en la cama. Ya son las ocho, y a duras penas me levanto. Como alma en pena, sin tumba ni páramo, entro y salgo del baño. Agarro el primer trapo que encuentro y me visto.
Irrumpo en la cocina. Quiero hacer café y veo que no tengo: el sobre está vacío. ¡Vaya!
Descorro la persiana. Hace calor. Abro la ventana. Y me enfrento cara a cara con la vecina, que tiende la ropa. La mujer se levanta todos los días a las siete (sin perdonar la ilusión que pueda hacerme eso de ver salir el sol en soledad). Luego, a las ocho y media, empieza a mover el tendedero:
─¡Buenos días! Hoy hace bueno. La ropa se va a secar enseguida... ─abre un diálogo que me da náuseas.
Quiero estrangularla, a ver si se calla. Pero está prohibido estrangular vecinos, así que finjo una sonrisa de radiante amanecer, y le respondo que sí, que hace bueno, muy bueno, muy pero que muy bueno... Le hago creer que tengo el café al fuego. Cierro la ventana.
Y ahora, tengo que bajar al perro:
─¡Dante! ¡Vamos!
Dante está sobre el sofá. Mueve las orejas, abre un ojo, menea la cola... Pero no tiene intenciones de alzarse.  
¿A que ya se meó detrás de la puerta? ¿A que sí?
Pues... ¡SI!
Eso me pasa por no bajarlo anoche.
Pero al perro no lo estrangulo. A ése no, que es lo único bueno que tengo. Mi perro...

Fotografía de Alejandro Nemonio Aller.
Preparo un desayuno sin café: un par de tostadas, mantequilla y un yogurt. Y cuando estoy dando el tercer mordisco, suena el teléfono. Por supuesto, paso de contestar.  Pero  queda un mensaje grabado: es mi madre, que acaba de enterarse de que no sé quién se murió en el pueblo. Y me pide que la llame en cuanto me levante... ¡JA!
Enciendo el móvil y me percato de que la WiFi no funciona. De repente, me entra un deseo antropológicamente primitivo de lanzar el móvil contra el suelo. Pero me contengo. Y al contenerme,  me sube desde el estómago un buche ácido a la garganta.
Entonces, me doy cuenta de que soy un animal peor que Dante. Un ser violento. Y me siento en el sillón, a analizar las posibles causas de mi estado: ¿las presiones de la crisis económica mundial, corrompiendo mi intelecto? ¿Los traumas de la niñez, acaso? ¿La menopausia? ¿El peso de la soledad? ¿El agujero en la capa de ozono...?
Pero ¿qué más da saber cuál es la causa de tanta violencia personal?
A fin de cuentas, es domingo. Y brilla el sol, retando a la codicia, como moneda de oro gigante que no puede ser tocada, ni por hombres, ni por dioses.
¿Y yo...?  Bueno, por ahora me he quedado aquí, jugando a combinar adverbios de tiempo y lugar. Sentada en el sillón, mirando dormir al viejo Dante.
Jugando a combinar adverbios...

Desde que te fuiste.



                                      


martes, 25 de octubre de 2016

Manos rotas.


Manos ofreciendo, óleo de Anna Arderiu Gil (Alemania)

Por Astarté
León, España.


Con estas manos dibujé en tu cuerpo
aquel  país de extrañas lejanías,
y  un mar enamorado del silencio
con su misterio de asombradas islas.
(Alberto Cortés, Canción para mis manos)

Despertó y vio que sus manos estaban repletas de incomprensibles abismos, algunos profundos; otros, más superficiales. Y bien, mejor tenerlas rotas que vacías, pensó; sobre todo, porque en tal estado sus manos representaban la constancia de estar vivo aún. Y además, porque sabía muy bien que las pasiones, si son desenfrenadas, al igual que el viento, tarde o temprano terminan erosionando la piel y despedazando la carne (por no decir el alma). En fin, que en la habitación de aquel hotel permanecían él y sus aventuras dibujadas en sus manos, las cuales, quizás, estaban rotas de tanto usarlas (probablemente sí)... ¡Benditas las pasiones!... Virilidad, hambre saciada en cuerpos extraños. (A veces, también en cuerpos conocidos que luego llegaban a parecerles extraños). Y es que con esas manos  había dado la vuelta al mundo, robando ilusiones y amasando victorias que alimentaban su insatisfecho ego de varón dominante. Sin embargo, a pesar de tantas dudas, lo cierto era que sus manos, ésas que antes esculpieran caricias y desencadenaran vibraciones extremas no eran ya las mismas. Pues ahora, si bien entrelazadas y en reposo, estaban a punto de quebrarse cual esculturas de barro bajo la acción de un terremoto.
Claro, como hombre había navegado sin límites en el mar de la experiencia y ya nada podría resultarle inquietante. Por ello, a pesar de su sorpresa, no se inmutó en lo absoluto ante la incomprensión. (Todo lo absurdo es real, ¿no?) Porque, al final, nada había que entender: él estaba allí, y aunque transformadas, esas manos seguían siendo las suyas y no piezas de museo, ni nada por el estilo. Entonces, simplemente, se detuvo a observarlas, igual que haría un niño al descubrir un cuadro impresionista de Paul Wright entre sus juguetes más preciados. Y así, observándolas, inició una especie de estudio ¡tan minucioso! como el que podría realizar el mejor de los científicos. Para encontrar algo nuevo en ellas, algo que explicara el misterio de su quiebra.  
De esta forma, comenzó por analizar las características de cada hendidura, clasificándolas de acuerdo con parámetros como la longitud y la profundidad. Le importaba descubrir, ante todo, cuál de todas las incomprensibles grietas era la más peligrosa, por donde quizás había escapado una mayor cuota de felicidad. Y nada: las conclusiones no fueron demasiado alentadoras. Porque más allá de los datos visibles, descubrió la existencia de pozos sin fondo abiertos por la soledad y el despecho de un macho abandonado; esos que explicaban por qué, en los últimos años de su vida, había dejado huir el amor reteniendo sólo deseos erosivos.
Tenía, por tanto, que tomar alguna medida urgente. Necesitaba hacer alguna acción de salvamento antes de perder para siempre aquellas manos. Y pensó que, a pesar de estar rotas, éstas todavía podían permitirle producir y sacar a la luz sentimientos que, por vanidad, había mantenido ocultos en su pecho desde hacía mucho tiempo.
Y fue así que probó a escribir. A pesar del dolor que le provocaba sujetar la pluma entre sus dedos quebradizos, a pesar de la insoportable sensación provocada por las heridas y las llagas, probó a escribir de nuevo.
Y escribió un poema a la memoria.
Y luego, tomando el pincel, dibujó con sus manos rotas un enorme corazón.
Tal vez, desde un extraño país, ella estaría leyendo ésa, su última carta de amor. 

lunes, 15 de diciembre de 2014

Vuela (Vola). Homenaje a Mia Martini.



Por Astarté.
León, España.

Miro atentamente la imagen de mí misma en un espejo de muecas, gestos, espasmos... Veo, irremediablemente, que se trata no de mí, sino de la mismísima vida que vuela y vuela. No soy capaz de sujetarla con mis manos. Siempre escapa. Y me pregunto a dónde va. Entonces decido andar sin rumbo. Observo mi entorno y veo gente que alucina. Quedo boquiabierta. No por la vida en sí, sino por mí misma. Por lo irremediable de esta forma extraña de ver imágenes que van y regresan a través del espejo. Y al final, qué más da. Puedo aún usar el sentido de la vista para ver lo que no quiero y tomarlo como mérito o como recompensa por conservar la lucidez, a pesar del humo. Fueron sus últimas palabras. Y luego marchó, sabrá Dios a dónde. En el camino se pierden hasta las huellas, por no decir el rumbo. 

sábado, 23 de agosto de 2014

Desde el interior del bar.



Por Astarté.
León, España.



No paraba de llover. Desde el interior del bar la lluvia parecía una cortina divisoria entre la ciudad y el refugio de los que no saben cómo encontrar el camino de regreso a casa. Y bien, allí estaban los de siempre, empalmados y carentes de iniciativas. Riendo y hablando a ráfagas sin tema definido. Hay quien dice que en el bar no surgen las iniciativas y que nada supera la noria de caer en la nada y nada más. No obstante, a veces ocurre algún milagro. Así, aquella noche de lluvia, a un tal hombre visto siempre en la misma esquina de la barra se le ocurrió una brillante idea: Construiría un sitio para almacenar el sentimiento de soledad de todos y de cada uno de los allí presentes. Y o su idea fue tan grande que superó las posibles dimensiones de tal sitio imaginario, o quizás el sitio era demasiado pequeño para contener tanto vacío. Nunca se supo la verdad.

jueves, 12 de junio de 2014

Recorte erótico.

  Por Astarté.
   León, España.


  

¿En qué pensaba cuando le acarició los pechos, dejando sus pezones tan erectos como botones de rosa en miniatura?, eso ella nunca lo supo. Sólo supo que estuvo así, más o menos media hora, enervando sus deseos escondidos. Y luego nada. Él dejó su flor abierta, sus pétalos mojados bajo la lluvia, sus bragas húmedas...¿Digo húmedas? Pues no. ¡Empapadas! Y entonces, el mar. La orilla también. Y él, por supuesto, insistiendo (para colmo) con los dedos enredados en su pubis, tejiendo minúsculas vibraciones. Pero a todo ello faltaba la música. Faltaban sortilegios para un breve encuentro de aves migratorias. Faltaban los acordes de cierta canción romántica. (¿Romántica?...)Y así, mientras su caja musical vibraba, él, allí, de frente a ella...¡Menudo idiota!


 Más tarde, en medio de la noche cuando la lujuria se instalaba en el centro de la cavidad celeste, ella abandonó la orilla y se metió entre las olas. Su piel, dorada a la luz de la luna, retazo de terciopelo con la textura de la miel, brillante. Y el cuerpo torneado quería sonar una copla musicalizada en sueños... 


¡Vaya noche! Él aún en la orilla. Y ella allí, muy cerca de él, pero ya no en la orilla, sino en la marea, repleta de sal. Abarrotada de arpegios contenidos.



Y cuando la luna, por fin, cubrió el punto más alto de su locura, desnuda como estaba fue de nuevo a su encuentro. ¿Te gustan mis pechos?, le preguntó. Él sonrió y se levantó de su silla de arena y se fue andando, lentamente, hasta perderse en un punto del planeta. Mientras tanto, la guitarra, solitaria, quedaría en medio de la noche. Tocando una canción de extraña melodía.

sábado, 2 de febrero de 2013

UN DÍA PARA VIVIR SIN MÍ.




Por Astarté.
León, España.

... Y en fin, que me levanté. Metí los pies en las pantuflas de lana porque hacía frío y... Bueno, caminé hacia la cocina, a tientas, medio dormida y medio despierta. Encendí la luz (en invierno el sol está, pero no siempre se ve)... Nada, que me levanté para empezar a vivir un día poco común. Y para hacerlo bien, me dije: quiero vivir un día sin mí. ¡Vaya placer!... Un día sin perseguirme, ni darme prisa, ni maniatarme a mis vicios y costumbres... Un día sin buscar mi sombra, sin mirarme al espejo del baño, sin tomar apuntes de compras pendientes... Un día sin el café de las siete y media, sin el cigarrillo en ascuas, sin encender el móvil, sin poner la radio... Un día sin salir de casa para no extraviarme y sin quedarme en ella para no aburrirme.

Halé la silla del escritorio y me dije: ¡este es un día especial...! Y dejé el ordenador así, tal y como estaba: apagado, intacto de huellas, privado de aliento. Comí una manzana y tiré la leche. Escondí mis fotos. Clausuré el armario para no ver mis trajes. Guardé en un cajón todas mis prendas. Ligué mi currículum, rompí el calendario. Desconecté la tele. Retiré el reloj de la mesa de noche. Cerré la puerta y quité la llave. Abrí la ventana...

        Entonces me vi. Afuera y adentro. Dormida y despierta. Vagando en mi sombra, ondeando en el aire de mis propios pulmones. Cabalgando en la idea de vivir, no un día más, sino uno “especial”. Y me dije: Esta soy. Sin prisa, sin manías, sin fotos, sin radio ni tele... Sin puertas, sin compras pendientes, sin trajes, sin móvil... Pero, para ser franca, como ladrón de caminos me asaltó una duda. Inmensa y crujiente como cadena llena de herrumbre; pesada, cargada de piedras, tórrida duda. Y todo porque, para ser fiel a mí misma, vivir un día sin mí era extrañamente parecido al cielo. Y el cielo estaba allí y aún está... Aunque yo no estuviese, aunque yo no esté.