PALABRAS A MIS LECTORES

ALGÚN PAJARILLO ME HA CONTADO QUE EN ESTE IR Y VENIR POR EL UNIVERSO INFINITO ENTRAMOS Y SALIMOS (SIN DARNOS CUENTA DE ELLO) POR LOS POROS DE LAS SENSACIONES.

EN TAL CASO, PIDO QUE LA SATISFACCIÓN DE GOZAR LO QUE SENTIMOS NO NOS ABANDONE NUNCA Y NOS LLEVE A TOCAR UNA ESTRELLA: LA NUESTRA.




lunes, 20 de enero de 2014

TORCUATO.

"Centauro": Caligrama del Siglo X.


Por Astarté.
León, España.

Tenía pocos amigos y no fue a la escuela. Había perdido a su padre en agosto de 1980, cuando apenas contaba con cuatro años. Pero no le quería; es decir, su padre. Por eso, quedar huérfano no representó para él un trauma de la infancia, ni mucho menos. Bueno, le quedaba su madre, una mulata de culo exótico y aires de sandunguera; una de esas que ni se acordaba muy bien de tener un hijo.  Ella iba al trabajo cada tarde (al menos, eso decía) y dejaba a Torcuato con la vecina hasta bien entrada la noche, a cambio de que ésta usase su teléfono sin límite de llamadas y su nevera para guardar los botes de mermelada (esos que hacía para vender por el barrio). Él era, para colmo, un niño que no hablaba, ni así le tirasen las palabras con una cuerda. Al parecer, había concentrado la agudeza de su capacidad comunicativa en dar palmadas sobre cualquier superficie plana, bien se tratase de una mesa, de una silla o del suelo. Emitía estrepitosos sonidos onomatopéyicos y, al mismo tiempo, daba fuertes golpes con la mano, situación comunicativa peculiar e insoportable para quienes estuviesen a su alrededor. La vecina, sin embargo, no le ponía demasiada atención, ni a Torcuato, ni a sus estruendos. Al máximo, le decía que se estuviese tranquilo. Lo miraba de reojo: ¡Bestiaaa!, ¿te puedes callar?, era todo lo que le gritaba. Y se viraba de espaldas para continuar pegada a la tele con la novela de las diez y media.

Cuando cumplió la mayoría de edad, Torcuato había crecido y desarrollado a plenitud, convirtiéndose en un joven apuesto y dotado de enormes atributos físicos. La vecina y Torcuato habían hecho grandes migas en los últimos dos años. Fue ella quien se ocupó de la educación sexual del joven, entrenándole para la vida y enseñándole a conocerse a sí mismo como buen semental... (Dicho sea de paso, Torcuato había generado una linda niña, a la cual la vecina mandó bien lejos, a vivir con unos parientes, en otra provincia)... Y bien, la madre del joven había tomado su camino hacía ya tiempo, dejando a su hijo el minúsculo apartamento con baño y teléfono: así constaba la descripción de la vivienda en el clasificado del periódico, en el cual Torcuato, ayudado siempre por su vecina, había “enganchado” la venta del inmueble. Vale decir que a este hijo de la incredulidad no le importaban las cosas materiales. Por eso, un buen día cerró la puerta de aquel cuchitril, dijo adiós a su vecina y a su pasado. Y echó a andar por el camino de los bien-aventurados. Tenía pocos amigos, repito, pero ni falta que le hacían. Ya hablaba (a los nueve años había comenzado a construir sus primeras frases completas y a los quince había logrado hacer discursos, más o menos intelectuales...). Era un buen chico, guapo y bien dotado. Y recitaba poemas (aprendidos de memoria, gracias a que su vecina era una tipa sentimental y se los había enseñado como parte de su educación sexual...).

A decir verdad, no tenía idea de a dónde ir. Pero ello tampoco le importaba demasiado. Se había metido en el bolsillo algún dinero de aquella mierda adquirida por el apartamentucho, el cual había vendido a plazos, cobrando sólo los dos primeros (del resto de la pasta se ocuparía su vecina...). En fin, que andando y andando, el joven Torcuato recorrió medio mundo. Hizo de todo un poco: aprendió varios oficios, adquirió diferentes idiomas, conoció gran variedad de climas y centros urbanos y rurales... Tuvo hijos (no se preocupó demasiado por la cantidad de sus descendientes, como buen semental trotamundos que era...). Eso sí, estaba convencido de dos cosas: La primera de ellas era que la educación no entraba en las necesidades vitales de un centauro. Mitad hombre, mitad caballo, Torcuato usaba, sin leer libros de texto, sus dos hemisferios vitales: de la cintura hacia arriba, su mitad de hombre para hablar, comer y delirar; de la cintura hacia abajo, su mitad bestial para engendrar, caminar y defecar. Y así le bastaba.  Torcuato, en fin, estaba convencido que ni la escuela ni la familia habían contribuido a hacer de él lo que era. Y bien, la segunda cosa de la cual nuestro ser mitológico estaba seguro era que amaba a su vecina. Por todo lo que ésta hizo por él. Por cada verso que escuchó de sus labios, meneando las caderas, haciendo el amor.


El diario de lo cotidiano.



          Por Astarté.
          León, España.


Iba a escribir la primera página de mi diario sobre cosas cotidianas, pero me di cuenta de que algo faltaba a mis apuntes. Para ser exacta, me percaté que escribiría, una vez más, haciendo alarde de un conocimiento, asquerosamente rancio, sobre temas desgastados: el amor, el desamor, la política, el sentido existencial de mi yo personal, la filosofía, la razón de ser y de no ser... En fin, ¿puede un escritor renunciar a la pedantería de la falsa erudición?, fue esa la pregunta. Y me dije a mí misma tal vez. Y empecé a escribir en punto y aparte, dando un cordial saludo a la vida:

¡Buenos días, vida! No sé por qué no te hago un guiño cada día al despertarme. No sé por qué soy tan parca y no me detengo a saludarte, si es cuestión de un segundo o dos, sólo eso. Igual que saludo a mi vecina de casa o a la gente que transita por la calle, no sé por qué no lo hago contigo. Hoy, por ejemplo, resplandece un sol de primavera cuando aún amanece con chaqueta de invierno. Busco entonces los detalles de todos los días y me doy cuenta de que estoy saboreando el café matinal. Cierro esta rutina del desayuno que, no acabo de saber cómo, pero puedo permitirme. Navego por el río de mi largo corredor, le busco en los rincones de la casa, pero él ya se ha ido a trabajar (junto a mí soñó toda la noche). Mientras tanto, mi gata corre con la energía de su temperamento felino y maúlla (quiere leche...)... Dejo la ventana abierta: entra el aire con despistes de señora noctámbula y me enfría la piel (estoy tiritando, pero no la cierro)... Bueno, pienso también en los amigos, en los de siempre y en los de “nueva adquisición”, los cuales, seguramente,  estarán parapetados en sus sitios cotidianos, en correspondencia con sus rutinas y planes de diario. En fin, salgo a la calle y veo a la gente que va y viene y me mira y sonríe( aunque no me conozcan, ellos saludan y sonríen...). Sin dejar de hablar de los pájaros: He visto que una bandada de astutas urracas busca en el parque un recinto más cálido donde aguardar el deshielo de las bajas montañas. Y las hormigas, diosas de la tierra húmeda, cargan migajas de la noche anterior (alguien ha regado trozos de pan sobre la hierba...) Vuelvo a casa. Y descubro que las arañas han tejido telas de lujo en las esquinas de la sala. Miro el techo lleno de hilos pegajosos y colgantes. ¿Quién puede decirme, exactamente, dónde he estado? Quizás pueda recordar, de golpe, mis viajes astrales al reino de los supervivientes... Tal vez pueda enumerar mis sueños de vigilia, amontonados, haciendo fila para realizarse a plenitud, si yo quiero, claro está. Y empiezo a contar la caída de los granos de arena en el reloj: otras veinticuatro horas cuentan el tiempo, con paciencia, a mi paso a través de la conciencia. Y por no dejar de pasar de un lado al otro, del paraíso al infierno (no existe el uno sin el otro...), paso revista de cuanto soy, en orden de prioridades: gente, naturaleza, ciudad, imágenes, deseos, hábitos, historia... Y me enredo entre mis ideas, tanto que me cuesta decirte, simplemente: ¡Buenos días, vida! ¿Te sientas a mi lado a tomar un chocolate caliente? Por supuesto que sí. Por lo demás, si algún recuerdo incluyo en tu humilde memoria es que hoy me das un nuevo margen para seguir recorriendo tu camino. Y no me creerás, pero te debo un mar de cosas a cambio de un simple saludo:¡Buenos días, vida!... Que no es un juego esto de llamar a tu puerta cada día.


domingo, 12 de enero de 2014

Confesiones de Astarté a sus lectores: Compás de espera.

      


      Por Astarté.
      León, España.

      Últimamente la tendencia a permanecer en posición de arranque, pero sin correr y sin marchar a ninguna parte, me mantiene en el punto fijo de quienes poco escriben. ¿Para escuchar sin prisa el silbido del viento? ¿Para construir castillos en la arena? ¡Bah!, ¿quién sabe?... Será por eso que los días escapan de mis dedos y me retan a seguir allí, de pie, en el compás de espera. Mirando desde la orilla cómo van y vienen las olas al ritmo de la apatía. Y mojando, de vez en cuando, mis pies en la corriente. Pero, eso sí, dejando libres mis manos. Para impulsarlas a su propia suerte. Cuando el aire vuelva a despeinarme el flequillo con la musa de la imaginación.

lunes, 30 de diciembre de 2013

Deseos para el nuevo año.




Por Astarté.
León, España.


        Para comenzar el año y buscando no engañarme con eso del tiempo y de los ciclos acordados por los hombres para organizar la vida del planeta en el que vivimos, quiero hacer presentes mis deseos, precisando que estos no son los que me harán más bella, virtuosa o rica, aunque, tal vez, sí más conciente de mi propia vida.

        Y bien, ante todo, deseo ser ésta que soy; es decir, un ser humano que se regocija estirando sus extremidades, cada mañana, al despertar. Deseo seguir sintiendo el sensual cosquilleo de mis sábanas al rozar mi piel y, una vez despierta, refrescar mi rostro con agua cristalina, bien fría, como el agua de los manantiales. Y con la cara fresca aún, mirarme al espejo y reconocerme. Y una vez, reiterando ser yo misma, deseo que el aire que respiro esté ahí, al alcance de mi aliento. Y que mi inteligencia natural me guíe, a cada paso, al tomar el oxígeno que uso para respirar (justo el necesario).  Deseo que mis zapatillas de noche se iluminen con el día; que destellen la luz de las estrellas más lejanas a fin de dar lumbre y calor al camino que recorren mis plantas terrenales. No puedo, por supuesto, dejar de desear mente clara y ojos lúcidos: Sin lucidez suficiente no podré orientarme en la cocina de casa, pequeño rincón donde hago el café matinal y abro la ventana para ver el sol. Deseo, además, continuar teniendo el oído musical que me permite escuchar las melodías que adoro. Y, al mismo tiempo, untar mi pan del desayuno con mermelada de frutas, bien rica, para alimentarme. Y que mi cuerpo, repleto de hambre gestual y fuerza, de sangre y  nervios, esté apto para recibir los golpes y caricias, los dolores y bondades que merezco, sin excesos, claro está. Y así, deseo el paladar y el gusto sensorial íntegro para saborear lo dulce, lo salado, lo amargo y lo agrio de la vida, ni más ni menos, no dando demasiado tiempo al desagrado y plisando de espacio los momentos de placer. Deseo, por demás, amar y ser amada, besar y que me besen... Deseo cerrar mis manos y sentir que hay granos de arena, migas de pan, gérmenes de piel entre mis dedos. Deseo mente clara, corazón abierto, cuerpo sano. Eso es todo. Y aunque sé que es demasiado, sé también que, para comenzar el año, tengo el derecho de pedir que el tiempo sea tan preciso y enorme como la eternidad. 
Eso pido para mí y para todos vosotros.

Abracemos, pues, el 2014 con la plenitud de nuestra energía más positiva.

¡QUE SEA UN AÑO DE RENOVACIÓN PERSONAL!

Un abrazo a MIS LECTORES Y AMIGOS.


Astarté.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Trilogía de un secreto.



Por Astarté.
León, España.
  
     ...¡Y cuántas historias te he contado! De esas reales. Y también de esas inventadas, a las cuales, por cierto, no les ha faltado un ápice de verdad, a pesar del derroche de fantasía que he invertido para construirlas... ¿Cuántas?... En fin, te he narrado anécdotas y episodios que tienen que ver con otras vidas, más o menos cercanas a ti y a mí. Te he dormido con cuentos de hadas, con leyendas, con mitos... Pero no sabes algo que no te he dicho jamás. Y bien, hijo mío, hoy te revelo un secreto: SOY TU MADRE. ¿Lo sabías? ¿Sí? ¿Y por qué crees que ya lo sabías? ¿Porque  tienes mi carácter?... ¿Por los rasgos de tu cara, que reproducen los míos? ¿O porque no recuerdas con mayor lucidez a otra persona que no sea yo?... Pues no. No, hijo. Si crees que soy tu madre por eso o por cosas semejantes, te equivocas. Vamos a ver: Había una vez una joven cabeza-loca que salía de la escuela e iba a reunirse con la aventura, a escondidas, por supuesto. ¿A escondidas de quién? Pues, a escondidas de su propia alma. No sé si sabrás que a los quince años se piensa en la posibilidad de ser invencibles. Bueno, hay también aquellos que insisten en que a los quince años no se piensa... ¡Son tontos! Pero a lo que íbamos: Te diré que a la temprana edad de quince años, en la flor de mi vida, te encontré bajo la luz de la luna. Te vi. Estabas encogido, en posición fetal. Solitario, olvidado por el mundo. Y fue entonces que quise que fueras mi hijo. Te dije: A partir de hoy te llamarás “SUEÑO”. Te calentaré, te alimentaré. Cuidaré de ti. Con respecto a eso de darte una educación, ya veremos cómo... Por el momento, lo importante es que vivas y que seas feliz... Y no sé, hijo mío, si lo has sido o no. Pero créeme que he hecho lo mejor que he podido... Créeme que te he dado lo mejor que he sabido para que crezcas. Por eso soy tu madre. Porque di mi alma a cambio de que tú encontraras la luz. Y porque volvería a sacrificar mi piel para que tú vivas. Pero no lo digas a nadie. ¿Lo prometes?

***

    Ayer encontré la nota que mi madre dejó para mí, olvidada en un cajón. A decir verdad, no sabía que yo era un sueño, aunque sí que era su hijo. Y por supuesto, ahora comprendo por qué, desde mi condición onírica, he tenido que viajar por varios sitios a la vez, buscándome a mí mismo por dentro y por fuera. Y también comprendo mi afán por renunciar a las horas de vigilia, a fin de no caer desde el techo del planeta que habito. Y bien, que tras haber leído el secreto, he logrado explicarme cómo, en cierta ocasión, quedé merodeando por los rincones del salón familiar. Fue entonces que volví a encontrarla. Estaba en la cocina de casa. Lucía radiante. Hacía un pastel de manzana. Daba vueltas y vueltas a la paleta de repostería para mezclar la masa. Y sonreía. Claro, que de verla a poder entrar en su pensamiento iba un largo trecho de camino. Traté, entonces, de acercarme lo más que pude a su mente. Pero su sonrisa me distrajo. Y es que esto de ser sueño no es fácil. Quiero ser ubicuo, como la energía con la cual mi madre me trajo a la vida. Pero, a veces, encuentro sombras que me alejan de mi estrella. Y aún así, insisto. Y vuelo. Pero no lo contéis a nadie, ¿lo prometéis?

***


    Estoy leyendo, no niego que con dificultad. Y es que esta página está hecha de una sustancia muy sutil y se disuelve, al tocarla, entre mis dedos. Se borra para resurgir entre líneas cuando menos lo espero. En general, no soy demasiado listo en eso de leer historias. Pero insisto. Estas notas son mejor que ir al colegio, por supuesto que sí. La escuela me aburre. Y finjo estar enfermo, para que mi madre no me obligue a ir. Así, desde mi mentira infantil, invento ronchas y fiebres que me aten a las sábanas. Todo por seguir leyendo a modo mío, sin la interferencia de manuales escolásticos. Y mi madre, que reconoce mi ardid, calla. Va a la cocina y me hace el pastel de manzana, ése que tanto me gusta. Remueve la masa con la paleta, una y otra vez. Y sonríe. Sabe guardar mi secreto. Creo que es sabia, pues sólo los genios saben callar lo que saben. Es mi cómplice en el silencio de la tarde, cuando afuera cae la lluvia de primavera. Cuando del otro lado de mi vida la tierra huele a humedad y el aire se torna tibio.... En fin, mañana será otro día. Tendré que agarrar la cartilla bajo el brazo y recorrer el camino de siempre, el trillo que está lleno de piedras. Pero hoy es hoy. Y hoy me siento grande y fuerte. Tan grande y tan fuerte como para quedarme en casa, mirando las nubes a través de la pequeña ventana de mi habitación. Y sé que no lo contaréis a nadie. Y que guardaréis silencio por aquello de no cerrar el viejo libro del deseo, donde todo es posible.

viernes, 29 de noviembre de 2013

PEQUEÑAS CONFESIONES.




Por Astarté.
León, España.


Copio lo que otros dicen; es decir, lo que otros copian. Y me tomo la osadía de expresar mis ideas. Mis ideas, que no son mías, ni de nadie. Y copiando y haciendo discursos sobre la verdad no hago más que reiterar la noria de los impostores; es decir, la rueda de mentiras en la que giramos. Ojalá pudiese quedarme a pie de página, en el folio de mis correcciones. Pero no puedo. En el borrador de mis pensamientos repaso los borrones, los errores y las faltas. Y los elimino en mi copia - original del mundo.

martes, 19 de noviembre de 2013

El mal poeta.





Por Astarté.
León, España.

Iba a escribir versos y me salieron llagas en las manos. Así, de pronto, llagas...
Ello me hizo pensar que, tal vez, hoy mis manos no están aptas para construir poemas. Y que lo mejor que puedo hacer es limar la punta de mi corazón para no rasgar, por inconsciente, el sutil pergamino de la imaginación. En fin, que es mejor que me calle. Es mejor que sueñe, siempre que mi alma no vaya demasiado lejos (para no dejar a mi cuerpo demasiado solo). Pero usar las manos para hacer poemas, hoy... Bueno, al parecer, las musas también sueñan y se alejan. Y en tales circunstancias, es mejor poner las manos en desorden y usar, directamente, el amor.